martes, 28 de septiembre de 2010

EL AMOR NO SOLO ES CIEGO, TAMBIÉN ES LOCO Y TONTO



Entre los estudios, el fútbol y la música, siempre hubo un momento para amar en mi vida. Era un espacio corto, a veces no alcanzaba para dar lo suficiente, mucho menos para recibirlo e imposible disfrutarlo. Por eso mis amores eran periódicos, no lo digo por tener uno diferente cada día, sino que me “enamoraba” cada cierto tiempo, casi planificado, pero como sabemos el amor no se planifica. El amor llega y punto, y de que forma llega, nunca se sabe hasta que ya te atrapa.

Casi ya se cumplía un año de conocerla, entre break, chat y teléfono transcurría la rutina de amistad con una compañera de estudios. En mi cabeza rondaban los nombres de varias chicas, mas no el de ella. No les venderé floro diciendo que me enamore a primera vista, lo nuestro fue algo como: “a largo plazo”. Claro que siempre fue una amiga especial. Más que eso, una camarada de travesuras, era mi “causa”, le decía: “Loka”. Hoy solo se lo digo de cariño y en diminutivo.

Al principio toda conversación que teníamos giraba en torno a los trabajos, tareas o monografías. Pero con la ayuda del padre tiempo creció algo más en nosotros, ya no solo éramos amigos dentro de la universidad, nuestra confianza por fin cruzó las puertas del campus universitario, cruzó hasta las del campus virtual. Ahora nos conocíamos mejor, pero aún no había nada entre nosotros, seguíamos siendo los mismos, solo que más pendientes y preocupados por el otro.

Todo empezó como jugando. Cada uno tenía los típicos problemas existenciales de la edad. Confundidos, decidimos salir por primera vez a solas. Empezamos conversando de sus problemas, la pegue de filósofo e intente aconsejarle, yo la miraba y ella también, un pequeño corto circuito nos atrapó. Fue entonces que la relación de amigos se iba transformando en algo más fuerte, y nosotros no nos dábamos cuenta aún, o tal vez no queríamos volver a sufrir, y peor con alguien a quien estimamos tanto.

Aquel día por primera vez sentí un beso suyo, bueno más que uno, algunos. Lo logre a partir de un simple juego, tenia que arriesgarme, aunque ahora se que ella también lo deseaba, pero en ese momento me envolvía el miedo, temía malograr todo lo que habíamos logrado hasta ahora, apreciaba mucho su amistad como para perderla, pero eso que crecía dentro de mí fue más fuerte. Tome un vaso de cerveza para agarrar valor y se lo pedí, ella se acercó lentamente y suspiró. Yo solo cerré los ojos y me sentí morir en sus labios.

No volvimos a salir en mucho tiempo, ni siquiera a conversar, los dos teníamos vergüenza de lo que pensara el otro. Pasaron unos meses y llegaron las vacaciones, pero una semana antes de empezar las clases tuvimos otra “cita” sin pensarlo, todo sucedió muy rápido. Fue como si viviéramos nuevamente la primera salida juntos, todo encajo perfecto a como paso la otra vez, casi era un deja vu, excepto que ahora el beso fue espontaneo. Yo ya estaba seguro que ella era a quien buscaba y no me había dado cuenta.

Con el reinicio de las clases me lleve una sorpresa, tantas ilusiones reuní en ese instante que la desilusión fue más grande aún. Ella me ignoraba, o por lo menos yo lo creía así. No entendía a que se debía, pero algo malo habré hecho, pensaba yo. Aunque me crean loco, converse a solas conmigo y me convencí de evitarla lo más que pueda, tal vez sin mi presencia se de cuenta que era importante para ella, o yo deje de sentir lo que despertó en mi, me decía. Al fin y al cabo ya no tenía nada más que perder.

Durante dos semanas cuando la veía, solo la saludaba y seguía mi camino, poco a poco me di cuenta que ella esperaba algo más, pero yo tenía una “jugada” que seguir. Fue así que no resistió mi nueva “forma de ser” y me reclamó por ello. Yo no sabía que decirle, inventaba excusa y media sin resultado alguno, hasta que solté todo aquello que me apretaba el pecho, le dije que es lo más importante para mí y que la necesito a mi lado para seguir avanzando en la vida. Ella me besó, me dijo que era un tonto y que también me quería a su lado. Fuimos a su casa de la mano, pero esa ya es otra historia.

sábado, 11 de septiembre de 2010

DEL VIENTRE DE LA "RICA VICKY" AL PUPITRE DE VALLEJO


10 años. Medio camino de lo que he recorrido hasta hoy. Media vida entre chicha, cerveza, “chairas” y fútbol. Una década cobijado en las faldas de aquel “épico” cerro San Cosme, lleno de casas, callejones y escaleras, aquel lugar conocido como “La cuna de Papá Chacalón”, exactamente en el “Rico Bondy”, barrio ubicado en pleno corazón victoriano, pero yo soy crema hasta los huesos.

Escribir mi dirección fue lo primero que aprendí en el colegio, “Pasaje Carlos Bondy, 2164, interior 3 – La Victoria”. Yo vivía en uno de los tantos corralones que había a lo largo de aquella calle. Esa calle que más parece una trampa, ya que solo hay una entrada y una salida, pues el Pasaje Carlos Bondy tiene forma de herradura.

¿Quien fue Carlos Bondy? No tenía la más mínima idea. Recién (gracias a este artículo) descubrí que fue un Alférez de la Marina que luchó en la guerra del Pacífico. Pero mi barrio no tenia nada de aquel héroe anónimo de nuestra historia, al contrario la mayoría de personajes eran antagonistas; los mayores con múltiples ingresos a los penales más “faites” de la capital, y los chicos iban y venían de “Maranguita”, pero para mi, eran personas de buen corazón.

Hasta ahora no comprendo como no caí en aquel abismo, aquel al cual mis amigos fueron arrastrados por una gran ola de vicios. Me pregunto y me respondo: “Será por mis padres, ya que inculcaron valores en mi, o será porque ver aquel entorno me motivaba a no quedarme ahí”. Aun me pregunto y me respondo y no satisfago mis dudas, solo se que a veces me dan ganas de volver.

Cada sábado era una fiesta, la calle se cerraba, se armaba un escenario y Chacalón cantaba. Las personas de diversas partes de Lima se reunían para ver a su ídolo entonar aquellos himnos del provinciano migrante, aquellos himnos con los cuales crecí y aprendí a comprender la música popular. Y aunque ahora me inclino más por el rock, no puedo negar que la guitarra del gran Nicanor despierta sensaciones en mi interior.

Recuerdo con nostalgia a mi camarada de travesuras y pendejadas: “Quique”, el mejor arquero que he conocido, hincha de Alianza Lima – ya lo sabemos, nadie es perfecto – es dos años mayor que yo, cursaba la secundaria la última vez que lo vi, y en la actualidad no se nada de él. También puedo recordar a los demás miembros de la “pandilla”: Pepe, “cabezón”, “boquita”, “ñoñon”, Darwin, “gato” y “pulguita”, era una ley en el barrio que cada uno tenga su “chapa”, la mía me la reservo.

Cada tarde nos reuníamos a jugar fulbito en la pista y luego nos sentábamos en la vereda del colegio del barrio a esperar que lleguen los camiones cargados de verduras. Mi barrio estaba a una cuadra del mercado mayorista y nos encantaba escondernos debajo de los camiones, que llegaban por montones, para sacarnos algunas verduras que caían a la hora que los descargaban. Una vez que caía la noche partíamos con nuestro botín a vendérselo al bodeguero del barrio, más conocido por sus bigotes como “Don Ramón”.

Nunca llegamos a reunirnos en la esquina, esa zona era para los más grandes, y si alguien pasaba por ahí “perdía”, claro que nunca se meterían con alguien del barrio, pero siempre había cierto temor al caminar por ahí, en especial por la noche. Los robos a los transeúntes era cosa de todos los días, ya me había acostumbrado a ver eso, pero jamás llegue a ver una pelea de pandillas, solo escuchaba los gritos y pedradas desde mi casa, todavía me emociona la idea de ver una.

Con el nuevo milenio llego la oportunidad de mudarme, y así lo hicimos, mis padres lo decidieron pensando que era lo mejor, pues yo ya estaba entrando a la adolescencia y debía cambiar de entorno para cambiar mi visión de la vida. No se si fue lo correcto, aunque algunos de mis camaradas están presos y otros en mejor vida, yo extraño los carnavales con barro y pintura en mi barrio, las navidades con chocolatadas y regalos en la parroquia, los desfiles de fiestas patrias y las tardes de juego junto a mis amigos, esas tardes en las que jamás pensé entrar en alguna universidad (creo que la UCV ni existía), cuando mi anhelo más grande era poder “huevear” en la esquina de mi barrio.