10 años. Medio camino de lo que he recorrido hasta hoy. Media vida entre chicha, cerveza, “chairas” y fútbol. Una década cobijado en las faldas de aquel “épico” cerro San Cosme, lleno de casas, callejones y escaleras, aquel lugar conocido como “La cuna de Papá Chacalón”, exactamente en el “Rico Bondy”, barrio ubicado en pleno corazón victoriano, pero yo soy crema hasta los huesos.
Escribir mi dirección fue lo primero que aprendí en el colegio, “Pasaje Carlos Bondy, 2164, interior 3 – La Victoria”. Yo vivía en uno de los tantos corralones que había a lo largo de aquella calle. Esa calle que más parece una trampa, ya que solo hay una entrada y una salida, pues el Pasaje Carlos Bondy tiene forma de herradura.
¿Quien fue Carlos Bondy? No tenía la más mínima idea. Recién (gracias a este artículo) descubrí que fue un Alférez de la Marina que luchó en la guerra del Pacífico. Pero mi barrio no tenia nada de aquel héroe anónimo de nuestra historia, al contrario la mayoría de personajes eran antagonistas; los mayores con múltiples ingresos a los penales más “faites” de la capital, y los chicos iban y venían de “Maranguita”, pero para mi, eran personas de buen corazón.
Hasta ahora no comprendo como no caí en aquel abismo, aquel al cual mis amigos fueron arrastrados por una gran ola de vicios. Me pregunto y me respondo: “Será por mis padres, ya que inculcaron valores en mi, o será porque ver aquel entorno me motivaba a no quedarme ahí”. Aun me pregunto y me respondo y no satisfago mis dudas, solo se que a veces me dan ganas de volver.
Cada sábado era una fiesta, la calle se cerraba, se armaba un escenario y Chacalón cantaba. Las personas de diversas partes de Lima se reunían para ver a su ídolo entonar aquellos himnos del provinciano migrante, aquellos himnos con los cuales crecí y aprendí a comprender la música popular. Y aunque ahora me inclino más por el rock, no puedo negar que la guitarra del gran Nicanor despierta sensaciones en mi interior.
Recuerdo con nostalgia a mi camarada de travesuras y pendejadas: “Quique”, el mejor arquero que he conocido, hincha de Alianza Lima – ya lo sabemos, nadie es perfecto – es dos años mayor que yo, cursaba la secundaria la última vez que lo vi, y en la actualidad no se nada de él. También puedo recordar a los demás miembros de la “pandilla”: Pepe, “cabezón”, “boquita”, “ñoñon”, Darwin, “gato” y “pulguita”, era una ley en el barrio que cada uno tenga su “chapa”, la mía me la reservo.
Cada tarde nos reuníamos a jugar fulbito en la pista y luego nos sentábamos en la vereda del colegio del barrio a esperar que lleguen los camiones cargados de verduras. Mi barrio estaba a una cuadra del mercado mayorista y nos encantaba escondernos debajo de los camiones, que llegaban por montones, para sacarnos algunas verduras que caían a la hora que los descargaban. Una vez que caía la noche partíamos con nuestro botín a vendérselo al bodeguero del barrio, más conocido por sus bigotes como “Don Ramón”.
Nunca llegamos a reunirnos en la esquina, esa zona era para los más grandes, y si alguien pasaba por ahí “perdía”, claro que nunca se meterían con alguien del barrio, pero siempre había cierto temor al caminar por ahí, en especial por la noche. Los robos a los transeúntes era cosa de todos los días, ya me había acostumbrado a ver eso, pero jamás llegue a ver una pelea de pandillas, solo escuchaba los gritos y pedradas desde mi casa, todavía me emociona la idea de ver una.
Con el nuevo milenio llego la oportunidad de mudarme, y así lo hicimos, mis padres lo decidieron pensando que era lo mejor, pues yo ya estaba entrando a la adolescencia y debía cambiar de entorno para cambiar mi visión de la vida. No se si fue lo correcto, aunque algunos de mis camaradas están presos y otros en mejor vida, yo extraño los carnavales con barro y pintura en mi barrio, las navidades con chocolatadas y regalos en la parroquia, los desfiles de fiestas patrias y las tardes de juego junto a mis amigos, esas tardes en las que jamás pensé entrar en alguna universidad (creo que la UCV ni existía), cuando mi anhelo más grande era poder “huevear” en la esquina de mi barrio.
Escribir mi dirección fue lo primero que aprendí en el colegio, “Pasaje Carlos Bondy, 2164, interior 3 – La Victoria”. Yo vivía en uno de los tantos corralones que había a lo largo de aquella calle. Esa calle que más parece una trampa, ya que solo hay una entrada y una salida, pues el Pasaje Carlos Bondy tiene forma de herradura.
¿Quien fue Carlos Bondy? No tenía la más mínima idea. Recién (gracias a este artículo) descubrí que fue un Alférez de la Marina que luchó en la guerra del Pacífico. Pero mi barrio no tenia nada de aquel héroe anónimo de nuestra historia, al contrario la mayoría de personajes eran antagonistas; los mayores con múltiples ingresos a los penales más “faites” de la capital, y los chicos iban y venían de “Maranguita”, pero para mi, eran personas de buen corazón.
Hasta ahora no comprendo como no caí en aquel abismo, aquel al cual mis amigos fueron arrastrados por una gran ola de vicios. Me pregunto y me respondo: “Será por mis padres, ya que inculcaron valores en mi, o será porque ver aquel entorno me motivaba a no quedarme ahí”. Aun me pregunto y me respondo y no satisfago mis dudas, solo se que a veces me dan ganas de volver.
Cada sábado era una fiesta, la calle se cerraba, se armaba un escenario y Chacalón cantaba. Las personas de diversas partes de Lima se reunían para ver a su ídolo entonar aquellos himnos del provinciano migrante, aquellos himnos con los cuales crecí y aprendí a comprender la música popular. Y aunque ahora me inclino más por el rock, no puedo negar que la guitarra del gran Nicanor despierta sensaciones en mi interior.
Recuerdo con nostalgia a mi camarada de travesuras y pendejadas: “Quique”, el mejor arquero que he conocido, hincha de Alianza Lima – ya lo sabemos, nadie es perfecto – es dos años mayor que yo, cursaba la secundaria la última vez que lo vi, y en la actualidad no se nada de él. También puedo recordar a los demás miembros de la “pandilla”: Pepe, “cabezón”, “boquita”, “ñoñon”, Darwin, “gato” y “pulguita”, era una ley en el barrio que cada uno tenga su “chapa”, la mía me la reservo.
Cada tarde nos reuníamos a jugar fulbito en la pista y luego nos sentábamos en la vereda del colegio del barrio a esperar que lleguen los camiones cargados de verduras. Mi barrio estaba a una cuadra del mercado mayorista y nos encantaba escondernos debajo de los camiones, que llegaban por montones, para sacarnos algunas verduras que caían a la hora que los descargaban. Una vez que caía la noche partíamos con nuestro botín a vendérselo al bodeguero del barrio, más conocido por sus bigotes como “Don Ramón”.
Nunca llegamos a reunirnos en la esquina, esa zona era para los más grandes, y si alguien pasaba por ahí “perdía”, claro que nunca se meterían con alguien del barrio, pero siempre había cierto temor al caminar por ahí, en especial por la noche. Los robos a los transeúntes era cosa de todos los días, ya me había acostumbrado a ver eso, pero jamás llegue a ver una pelea de pandillas, solo escuchaba los gritos y pedradas desde mi casa, todavía me emociona la idea de ver una.
Con el nuevo milenio llego la oportunidad de mudarme, y así lo hicimos, mis padres lo decidieron pensando que era lo mejor, pues yo ya estaba entrando a la adolescencia y debía cambiar de entorno para cambiar mi visión de la vida. No se si fue lo correcto, aunque algunos de mis camaradas están presos y otros en mejor vida, yo extraño los carnavales con barro y pintura en mi barrio, las navidades con chocolatadas y regalos en la parroquia, los desfiles de fiestas patrias y las tardes de juego junto a mis amigos, esas tardes en las que jamás pensé entrar en alguna universidad (creo que la UCV ni existía), cuando mi anhelo más grande era poder “huevear” en la esquina de mi barrio.
Hola, yo también soy de ese barrio, mi querido Bondy. Concuerdo con todo lo que has dicho, vivir rodeado de los peligros pero pensar simplemente en pasar el rato es algo que ya no volverá. Yo tampoco pensaba en la universidad hasta entonces, no como ahora que incluso ya estoy en una. Siempre llevaré el recuerdo de este barrio tan querido cuando ya no esté ahí.
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